Vivir en el extranjero

Muchos piensan en el emigrante como un eterno turista, que toma fotos de lugares diferentes, come comidas exóticas, y se fue a vivir la bont vivant del placer y la comodidad de estar en otra cultura, saboreando las mieles de la vida cosmopolita.

Creo que no es así en la mayoria de los casos.

Yo creo que los que vivimos en el extranjero somos una clase de personas que andan por la calle con el corazón eternamente partido. Por un lado, estamos viviendo la realidad del país donde vivimos, y la contextualización nos permite integrarnos a la realidad de lo que sucede; y por otro lado, estamos sintonizados a lo que sucede en nuestros paises de origen. De verdad que somos personas que tenemos que aprender a lidiar con esas realidades.

Flujo migratório inicio s. XXI
Algunas personas creen que el que emigra no ama a su país. En algunos casos puede ser verdad. Pero muchos se van por cuestiones personales (les encanta la idea de vivir en el extranjero), otros por circunstancias laborales (son llamados a ocupar un cargo en otro país), algunos porque desean que sus hijos tengan otras experiencias (intercambios estudiantiles) y claro está, los que se van por la realidad política-económica-social del país de origen.

Cuando era niño, estudié y me relacioné con chilenos, peruanos, cubanos, españoles, italianos y árabes. Algunos eran hijos de inmigrantes, otros habian venido desde su tierra de origen. Algunos viven en Venezuela, y otros regresaron a su tierra después que hubo cambios en sus países. Por eso, después de la caida de Pinochet en Chile, muchos chilenos que conocí se regresaron a su tierra, y hoy son felices allá. Las circunstancias de vida de un extranjero están ligadas a su tierra, si allá la vida cambia, la perspectiva de futuro del emigrante cambia tambien.

Esa dualidad en el corazón nos hace ver como "bichos raros", tanto en el país donde vivimos como en el nuestro. No es fácil de explicar, y sin embargo lo pueden ver cuando conocen un extranjero: él es extravagante, habla diferente, come otras cosas, no practica algunos hábitos comunes para los naturales del país. Y el rechazo, muchas veces, viene por no aceptar la diversidad. En general, el extranjero no quiere rechazar el país donde vive, simplemente no quiere perder sus raizes, eso es de un valor inestimable.

Cuando viví en Panamá, participé de una Obra de Teatro en la Iglesia en Semana Santa, y uno de los fariseos era brasileño; la ropa que usó en la obra era de color... ¡verde-amarelo! representando los colores de su país. Causó mucha gracia eso, pero se aceptó, y quedó así, bien diferente.

En mi oficina tengo una lata que simula un barril de petróleo con los colores de la bandera nacional, además de tener en el fondo de pantalla del computador imágenes de Venezuela, y siempre hay música en español. Y no se diga de Navidad, ¡porque todos escuchan gaitas!

Somos extraños, ajenos de muchas cosas en el país donde vivimos, y poco a poco nos alejamos de nuestro país con el pasar del tiempo. Por eso, muchos terminan no viajando más de vacaciones, los hijos no se identifican, viene la dificultad de preservar el idioma de origen, y somos absorbidos por el país que nos adoptó. Es una situación natural, y lleva mucho tiempo.

Nunca dejaré de amar a Venezuela, creo que sigo siendo tan venezolano como aquel que vive allá. Claro que muchas cosas no vivo más, y eso incluye las buenas y las malas, pero Dios sabe cuando hablo con mi familia, o la familia de mi esposa, que siento una nostalgia grande. Ver a mis amigos por internet, saber de todos a la distancia, intentar entender toda la realidad que acontece, es un desgaste emocional que nos consume día a día. Sin contar la realidad del país donde vivimos, los desafios y dificultades que tenemos que afrontar cada día (porque el extranjero no vive sin problemas).

Por último, sé que hay personas que piensan que, por el hecho de alguien emigrar, la vida le va a sonreir. Eso es un engaño, la vida es dura, no hay familia que te ayude, ni siquiera un amigo que te preste algo y te diga "págame cuando puedas" (por lo menos al comienzo de todo). La adaptación es dura y solitaria, buscar empleo para muchos es duro y humillante. Tener que esperar por el permiso de trabajo, o por la regularización migratoria es un calvário que debe ser llevado con paciencia. A veces las personas del país no entienden por qué no te has adaptado cuando apenas llevas tres meses, o lo que aprendiste no sirve aqui porque los sistemas son otros. Te cae mal la comida o te da un nudo en la garganta cuando ves como cocinan todo, y aún así debes sonreir y agradecer.

No es fácil vivir afuera, pero para aquel que nació para eso es un desafio que va a hacer que sea la mejor experiencia de la vida.

Cuando uno se adapta la vida sonrie, vemos las cosas como son, no siendo mejores ni peores, simplemente diferentes. La dupla realidad nos torna más críticos, sensibles, empáticos y amables. Las personas pueden sentarse con nosotros y hablar de sus frustraciones porque le entendemos plenamente, sabemos cómo se siente el huérfano y la viuda. Abrazamos con más libertad, y ahí entendemos que somos parte de dos mundos, conseguimos unir lo que es imposible para el turista: abrazar dos países y llamarlos de nuestro.

He aprendido a amar un país que no conocía, vivo la experiencia de amar al Brasil de una forma diferente. No me siento brasileño, de hecho, muestro a todos mi gran orgullo de ser venezolano. Pero ya puedo decir sin hipocresia "nuestro Brasil". Los dolores de ellos son míos porque vivo aqui, me molesta la situación política, y desde la pequeña vitrina que es nuestra Iglesia planto semillas de esperanza en las personas: esperanza que nace de un Dios que también vino, y vivió como un natural entre nosotros siendo "extranjero", muriendo en la cruz por nuestros pecados.

Que este post pueda aclarar muchas de las dudas que se tienen sobre el emigrante y extranjero.

Que Dios te bendiga




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